lunes, 16 de enero de 2012

Ya no hay Traje que cubra las vergüenzas



Con la Generalitat en quiebra, una tasa de desempleo desbocada y tanto derroche al descubierto, Fabra afronta la letanía del "paro, despilfarro y corrupción" que Aznar patentó


 El pasado verano, el president Fabra heredó
 una comunidad
en quiebra y con una casta política en cuarentena (tanto, que no ha trincado ni un solo puesto de relevancia en la nueva Administración salida del 20N), una clase empresarial paralizada y una sociedad dividida entre el aborregamiento y la estupefacción. Recibió ese legado y un discurso imposible de articular, puesto que ni puede achacar las culpas a otros que no sean los suyos propios, después de que el PP lleve pilotando el Consell casi 17 años, ni le cabe tampoco seguir con la pamema de achacar todos los males a Madrid y todas las virtudes a Valencia. Valencia es hoy un ejemplo en España de lo peor de lo peor, que diría Fernández Ordóñez, hasta el punto de que no hay parlamento fuera de nuestras fronteras, lo pronuncie un gerifalte del PP o un candidato a dirigir el PSOE, en el que no se nos cite para enfatizar lo que no se debe hacer. Y en Madrid ya no está Zapatero, esa especie de muñeco diabólico al que cabía adjudicarle todos los vicios, sino que en la Moncloa despacha un tal Rajoy. O sea que a Fabra le ha tocado resolver el sudoku maldito. Y como ese es un juego donde las soluciones son pocas y las trampas muchas, los ciudadanos vamos a pasarlo aquí,
peor si cabe que en otros sitios, que ya es decir.



El socialista Joan Lerma dejó en 1995, cuando las urnas le apartaron de la jefatura del Consell, después de ejercerla durante tres legislaturas, una deuda de 2.519 millones de euros, por la que los populares le llamaron entonces derrochador. Su sucesor, el popular Eduardo Zaplana, multiplicó en siete años, del 95 al 2002, esa deuda casi por tres, entregando las llaves del Palau con 6.580 millones de saldo negativo. José Luis Olivas, de cuya prodigalidad ha quedado rastro no sólo en el Consell sino también en Bancaja, sumó en el año que estuvo de sobrero otros mil millones más al balance en rojo de la Generalitat. Y con Camps llegó el acabose: cuando dimitió en julio para sentarse en el banquillo de los acusados del Tribunal Superior de Justicia, el déficit de la Comunitat había vuelto a triplicarse hasta situarse en los 20.547 millones de euros, el porcentaje de deuda más alto de España en relación a la riqueza generada, nada menos que un 19,9% del PIB, frente al 6,2 que había dejado Lerma o el 9,9 que legó Zaplana.
Todos estos datos los detalló en INFORMACION y Levante-EMV José Miguel Vigara nada más acceder al poder Fabra, para levantar acta de lo que se nos venía encima. Aunque si por algo se han caracterizado los dos periódicos con más lectores de esta comunidad a lo largo de los años ha sido, precisamente, por denunciar una y otra vez los dislates que aquí se estaban perpetrando con el dinero de todos, aguantando que a cambio se nos tildara de agoreros, derrotistas y antipatriotas, se nos persiguiera y se intentara asfixiarnos.

Sin paliativos.

El endeudamiento de esta comunidad no empezó con Camps, es verdad. Como tampoco fue él quien fijó la derrota de vivir por encima de lo que podíamos permitirnos. Joan Lerma, que diseñó la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia o dilapidó miles de millones de las antiguas pesetas en despropósitos tales como el parque Tossal de Alicante, un absurdo monumento a los eriales que no ha podido utilizarse en casi dos décadas, y Eduardo Zaplana, que se metió a promover lo que era propio de la iniciativa privada y enterró otros miles de millones en lo que luego han resultado fiascos como Terra Mítica o la Ciudad de la Luz, por citar dos ejemplos, ya marcaron un rumbo.

Pero el primero tiene la excusa de que estaba construyendo de la nada una autonomía, con todo el gasto que ello conlleva, y el segundo puede alegar que, al mismo tiempo que se hacían obras faraónicas que hoy malviven sin pena ni gloria, se conseguían grandes infraestructuras como el desbloqueo y construcción de la autovía entre Madrid y Valencia o la canalización antirriadas de Alicante. A Lerma, además, le tocó gobernar contra todas las crisis anteriores a la gran recesión que hoy vivimos. Y buena parte del mandato de Zaplana coincidió con la salida de la última de ellas

Pero en los ocho años en que estuvo al timón, cinco de los cuales coincidieron con los de mayor bonanza económica de este país, lejos de hacer caja, Camps disparó la deuda en un 261%, cubrió las apariencias ejercicio tras ejercicio aprobando presupuestos irreales en diciembre sobre los que suspendía pagos nada más llegar la primavera, cuando la conselleria de Hacienda sistemáticamente enviaba al resto una circular ordenando que dejaran de abonarse facturas hasta el año siguiente, y se desentendió de la gestión de los instrumentos financieros, de los que sólo se ocupó de año en año para demostrar que mandaba colocando correligionarios , hasta permitir que las dos cajas de la Comunidad entraran en barrena y desaparecieran.
¿Y ello a cambio de qué? A cambio de carísimos circos. De Fórmulas 1, Copas del América, aeropuertos sin aviones o auditorios sin presupuesto. De blindajes de contratos indignantes como el que ahora hace que suspender la relación con Ecclestone cueste tanto como mantener abierto el circuito, una indemnización firmada cuya sinrazón valdría la pena investigar. Y mientras, no se hacían colegios, sino barracones; no se abrían hospitales públicos, sino privados; no se potenciaba la industria, ni el I+D, sino que se fomentaba esa cultura de la especulación y la comisión que ahora nos ha dejado una de las tasas de paro más altas de España (oficialmente, uno de cada cuatro valencianos en edad de trabajar no tiene empleo) y un tejido empresarial anoréxico. Y la Administración se poblaba cada vez más de enchufados mientras se mantenía a miles de profesores y de sanitarios como interinos, salvando así a bajo coste un sistema que ahora quiere echarlos después de usarlos como si fueran un cleenex.

Gobiernos mediocres. Lerma, que aprendió muy pronto el poder que otorgan las subvenciones a quien las concede, y Zaplana, con su absolutista forma de gobernar, sentaron las bases de lo que podía ser una locura. Y Camps nos metió en ella hasta el tuétano, al frente de los peores gobiernos que hemos padecido. Si Aznar llegó al poder escupiéndole a Felipe González aquella letanía del "paro, despilfarro y corrupción", la paradoja es que hoy no existe mejor balance que ese para definir la situación en que ha quedado esta comunidad después de casi dos décadas de gobiernos del PP.
A Fabra ahora ni siquiera le vale apelar a la deuda histórica del Estado, porque es cierta, pero también lo es que ningún gobierno en Madrid ha querido o ha podido jamás liquidarla. Luego para reclamarla con fundamento tendría que atacar tanto a sus rivales como a sus conmilitones, y no tiene fuerza ni arrojo para eso.
Decir la verdad. Ese es el verdadero problema al que se enfrenta Fabra: pedirle sacrificios y comprensión a los ciudadanos, sin reconocer al mismo tiempo que es su partido el que les ha llevado a la ruina. Decirles que van a pagar más impuestos que en otros lugares; que la gasolina les va a salir más cara; que ser farmacéutico en esta comunidad ya no es un privilegio, sino un rompecabezas; que su Educación y su Sanidad van a ser peores porque contarán con menos medios y menos personal; que un territorio en el que predominan los funcionarios y las pymes va a ver cómo se empobrecen hasta niveles históricos los primeros y cómo cierran en proporciones también nunca vistas las segundas; decirles todo eso a los contribuyentes y no pedirles al mismo tiempo perdón y admitirles que, en realidad, es eso, y no tres trajes, lo que se está juzgando en el Tribunal Superior de Justicia.
Es cierto que el PSPV, con sus eternas y aburridísimas disputas, no hizo méritos en todos estos años para ganar. Pero, por primera vez, el velo que cubría la farsa en que se había ido convirtiendo la política en esta comunidad se ha rasgado, y los ciudadanos ya saben que el PP merecía perder; que el partido que gobierna prácticamente todas las instituciones no es un ejemplo de buen gestor, sino de todo lo contrario. Confesar todos los errores que se han cometido, sin buscar otros culpables que los que verdaderamente lo han sido, sería lo que debería hacer Fabra en les Corts, cuando comparezca para explicar el duro ajuste que ahora vamos a tener que soportar. No se atreverá a hacerlo. Pero nos lo debe. Y esa es una factura que esta vez sí que tendríamos que cobrar.

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